La banalidad de Tremosa

Por José Domingo, presidente de Impulso Ciudadano.

Anuncia en una nota de prensa CiU -de la que se ha hecho eco e-noticies y que ha merecido el editorial de Xavier Rius- que el eurodiputado Ramón Tremosa pretende que la Comisión Europea “incoe procedimiento de infracción contra España por inacción en la lucha contra la incitación pública e intencionada a la violencia y al odio contra grupos o personas por su raza, color, religión u origen nacional o étnico”. La razón que aduce Tremosa para semejante iniciativa es la publicación de un artículo mío en el diario digital Diálogo Libre titulado “Inmersión y banalización del mal” en el que, según su interpretación, yo comparé a los profesores catalanes con el nazismo.

He de reconocer que nunca imaginé que mis palabras merecieran una actuación del Parlamento europeo pero lo que me deja estupefacto es que la acusación se fundamente en la trivialización del nazismo.

De entrada, una declaración de principios. El fenómeno nazi me repugna. Visité hace unos años el campo de concentración de Sachsenhausen y el impacto que me causó hace imposible que, ni por aproximación, quepa en mi mente una equiparación entre la acción de ciudadanos corrientes en democracia y el nazismo. Es más, así lo digo expresamente en el artículo de marras y lo hago, precisamente, para que nadie se lleve a engaño. De todas maneras, si mis palabras equivocadamente pudieran dar a entender lo contrario, lo desmiento ahora con  contundencia. Por lo tanto, por ahí no.

Aclaremos el origen del posible malentendido. La película de Margarette von Trotta sobre Hannah Arendt me hizo reflexionar sobre el concepto de “banalidad del mal” que puso en circulación la filosofa alemana a raíz del juicio en Israel del nazi Eichmann. Confieso mi falta de originalidad, puesto que a raíz de la citada película, el análisis de la intervención de gente normal en la comisión de actividades deleznables, sin conciencia de que su actuación puede hacer un enorme daño, ha sido también abordada, cada uno con sus peculiaridades, en trabajos recientes de Cesar Molinas y Lluís Bassets en el diario “El País”, Xavier Diez Rodríguez, en el Punt-Avui, y Joan Martí Font en un blog de vilaweb. Otros muchos también lo habían tratado con anterioridad.

Dice con acierto Lluís Bassets en su pieza que “la banalidad del mal es la incapacidad para pensar por cuenta propia, la obediencia mental como execrable acomodación del pensamiento a la jerarquía”. A eso precisamente me quería referir yo en mi artículo. El conocimiento directo de la historia de un alumno castellanohablante enfermo de disfasia que ha tenido que irse de Cataluña al no disponer de centros educativos que impartieran la enseñanza en castellano y la respuesta de manual nacionalista que le ha dado la comunidad escolar a la familia -“A Catalunya, l’escolà en català”-, me llevo a  reflexionar sobre la aplicación del concepto de banalidad del mal a la inmersión lingüística (es verdad, Rius, es una de mis especialidades). Eso es todo. En definitiva, lo que sostengo es que el mal no nace del individuo sino de las circunstancias que lo rodean, pero eso no le exonera -porque cada persona es responsable- para no resignarse a ser mero ejecutor de órdenes que pueden ocasionar desgracias.

Pero permítanme que vuelva a Tremosa. Su pretensión de responsabilizar a España (¡cuánto odio alberga este hombre a su país administrativo!) por mi opinión es ridícula y no tiene ningún recorrido. Él lo sabe y lo que pretende, además de propaganda, es criminalizar a los que no comulgamos con el independentismo catalán. Si tanto interés tiene en la denuncia del mal uso de expresiones nazis, que no hile tan fino conmigo, le basta con leer los escritos, declaraciones y comentarios autorizados en páginas que le son próximas ideológicamente.

Comprobará que los que no nos adaptamos al discurso único imperante en Cataluña somos calificados sin ningún tipo de rubor ni artificio intelectual de nazis, fascistas, genocidas o exterminadores. Ahí tiene un filón.

Pero lo preocupante no es la desviación ideológica – la apunta Xavier Rius en su editorial- (nadie es perfecto), sino el papel que se ha auto atribuido en el escenario catalán. Su grado de responsabilidad es mayor, él no es un ejemplar funcionario, él da órdenes, denuncia al disidente, criminaliza pueblos (qué tal lo de la Cataluña productiva y la España subvencionada o lo del expolio fiscal, o lo de España nos roba o lo del genocidio cultural…) y, ahora además,  pretende limitar la libertad de expresión.

Pues bien, acepto el reto europeo. Espero que no tenga ningún inconveniente para hablar en la Unión Europea de sus propios comportamientos y el de otros. Sin ir más lejos, debatamos allí de la amenaza que supone para el pluralismo político que en los municipios de Cataluña, las autoridades marquen el territorio público  con enormes mástiles y encadenen ideológicamente a sus ciudadanos, sean o no independentistas, a banderas esteladas.

Publicado en e-Noticies el 09 de septiembre de 2012