El patriarca del nacionalismo catalán contemporáneo, Don Jordi Pujol i Soley, acaba de reconocer públicamente mediante una carta abierta, haber mantenido durante décadas cifras millonarias del patrimonio familiar en paraísos fiscales. Esta confesión se ha convertido en la definitiva constatación del secreto a voces que desde hace mucho tiempo circulaba entre la sociedad catalana, acerca de la opacidad en las cuentas de éste y su entorno más cercano. También ha significado dicha carta la certificación del inmenso grado de hipocresía y cinismo con los que se ha conducido durante más de tres décadas el ex-presidente de la Generalitat de Catalunya.
Según ha explicado el propio Pujol este pasado sábado 26/07/14: “Lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar esta herencia”, haciendo referencia a una cantidad de dinero que no especificó, legada por su padre a nietos y nuera al momento de fallecer, por allá en septiembre de 1980.
En otras palabras: la persona que durante décadas propugnó la patria catalana en cuanto atril y púlpito le fue posible, exigiendo con una mano devoción y entrega a la causa nacionalista mientras con la otra atizaba sin piedad a quienes en uso de su libertad no aceptaban plegarse a ese ideario, resultó ser alguien que en lugar de emplear esa inmensa suma de dinero para contribuir al avance de su Cataluña amada – y las que presumiblemente seguirán apareciendo durante los próximos meses, a tenor de las investigaciones policiales en curso – prefirió mantener dicho patrimonio a buen resguardo, en el extranjero, sin que esa fortuna sirviera para hacer avanzar a su querida tierra y además evadiendo los impuestos, tasas y tributos que sí aplicó a sus coterráneos desde la presidencia de la Generalitat durante los veintitrés años que duró su mandato.
Pujol exhibió siempre una pretendida superioridad moral sobre el resto de sus conciudadanos no nacionalistas en base a su condición de patriota catalán, y si algo debe hacer un patriota es contribuir económicamente a la causa. También se suma el hecho de que el ex-presidente se cansó de acusar de insolidaridad fiscal durante todas estas décadas a otras regiones y habitantes de España por aprovecharse, supuestamente, del dinero que los catalanes aportan sin recibir a su vez a través de los presupuestos generales del Estado las contraprestaciones equivalentes. Ley del embudo en su máxima expresión.
Lo cierto es que el principio aplicado por el señor Pujol a sus asuntos patrimoniales es exactamente el mismo que los nacionalistas catalanes por él dirigidos practican, por ejemplo, con respecto al idioma: que las leyes afecten a solo a los demás. Mientras los hijos de estos impolutos patriotas se educan en colegios trilingües donde el catalán es apenas una asignatura más, en simultáneo obligan al resto de alumnos catalanes a instruirse casi en exclusiva en la lengua que ellos claman como patria, convirtiéndola en instrumento para mantener a quienes consideran sus siervos en la inopia, mientras menos aptos mejor. Y es que los colectivistas – y el nacionalismo es una de sus más genuinas expresiones – son expertos en cortar de raíz cualquier posibilidad de que esos jóvenes ciudadanos puedan desarrollar criterio propio y capacidad de crítica. Los quieren borregos. Ellos millonarios y los demás borregos.
Es tremendo lo que ocurre en Cataluña. Mientras un grupo de personas aprueban toda clase de leyes y decretos para imponer su ideario político secesionista, escudados en una supuesta superioridad moral otorgada por su condición de fieles catalanistas, esos mismos individuos obvian de forma sucesiva e impune las sentencias del Tribunal Supremo así como del Constitucional. Se sienten por encima de la ley y en base a ello actúan.
¿Qué aprendizaje podemos sacar los ciudadanos catalanes de este lamentable episodio protagonizado por el hasta hace muy poco admirado y respetado señor Pujol? ¿Cuál debería ser la moraleja a obtener por quienes se han dejado llevar hasta ahora por los cantos de sirena del independentismo catalán encabezado por el ex-presidente?
Por una parte entender que antes de creer en palabrería y promesas de políticos grandilocuentes debemos estar muy al tanto de su comportamiento, de sus acciones; para verificar si existe coherencia entre palabra y acción. Igualmente no caer en la trampa retórica tan socorrida por los señores patriotas de que si se les señalan errores y hasta delitos a sus comportamientos personales, no es porque se pretenda atacar a Cataluña, a los catalanes ni a nadie. Y por último, estar alerta a la hora de respaldar proyectos políticos si los mismos no están perfectamente explicados por sus proponentes en sus objetivos, así como en la manera en que tienen previsto alcanzar los mismos. Y todo esto aplica especialmente al proceso independentista del cual Pujol ha sido cabeza pensante aunque no tan visible durante décadas.
Doblan las campanas por Pujol el político, por el que fue símbolo de la catalanidad teóricamente más sentida y romántica. Y son tañidas esas campanas por quienes hasta hace apenas horas negaban de forma vehemente, amenazando a los denunciantes incluso con querellas y demandas judiciales, las acusaciones de evasión tributaria que finalmente han tenido que ser aceptadas por el propio afectado. Ha caído la cabeza de turco, pero aún falta el cuerpo entero por rendir cuentas ante una ciudadanía harta, cansada y asqueada de tanta mentira envueltas en banderas, himnos y símbolos patrios.